08 abril 2007

En el Colegio La Salle, de Florida

Unos 1100 jóvenes vivieron juntos un campamento de Semana Santa

Se reunieron desde el miércoles y compartieron rezos, reflexiones y canciones

"La experiencia te va llevando a vivir la Pascua católica como se tendría que vivir", comentó Ignacio Oromí, de 17 años, alumno del colegio Champagnat, que iba por primera vez. Y Lucila Flynn afirmó: "Esto es contagioso; uno sale con ganas de hacer cosas buenas".
Como ellos, unos 1100 jóvenes compartieron la preparación de la Pascua de Resurrección, acontecimiento central del cristianismo que celebra la Iglesia, reunidos desde la tarde del miércoles hasta hoy en el colegio La Salle, de Florida.
El obispo de San Isidro, monseñor Jorge Casaretto, pasó todos los días por allí, presidió los actos litúrgicos, dio charlas, confesó a muchos y contestó preguntas de los jóvenes, sentados en el suelo en un enorme patio.
La Pascua Joven, organizada por la diócesis de San Isidro desde hace 20 años, había reunido 780 jóvenes en 2006 y ahora superó las expectativas. No hay inscripción previa; se recibe a los chicos de los dos últimos años del polimodal (o del secundario) que quieran participar. La mayor difusión se realiza "boca a boca". Una chica que el año pasado había hecho la experiencia viajó ahora desde Córdoba con nueve amigas.
Los presentes conversaron en 88 grupos -moderados por 200 coordinadores voluntarios- sobre temas que relacionan sus vidas, sus alegrías y sus temores con el misterio de Cristo; compartieron ceremonias e hicieron cada día dos horas de "desierto" (meditación personal, en silencio) ayudados por una guía impresa con preguntas y pensamientos para cada día. El Jueves Santo, doce sacerdotes atendieron confesiones y no dieron abasto.
El joven Oromí resumió la experiencia en pocas palabras: "Vivís cosas muy fuertes: cuando se muere Jesús, realmente lo sentís; te hace reflexionar; lo llevás a la vida cotidiana. Y todos se van contentos. Que mil chicos vengan acá nos da esperanza, cuando muchos dicen que la juventud está perdida".
Y Agustín Posse, de 22, que estudia economía, dijo: "Esto es una inversión. Pasar un fin de semana con otros chicos que buscan lo mismo: la experiencia de Dios. Me gustaría decirles a otros que no se lo pierdan".
El lema de este año fue "Que los jóvenes de hoy, conociéndose, se descubran valiosos y se animen en libertad a caminar con Jesús". La experiencia empezó hace 20 años en el colegio Marín, reuniendo a jóvenes para "vivir una experiencia profundamente espiritual y eclesial del misterio de la Pascua". Al tercer año, ya eran 90.
Santiago Meoli, de 22 años, estudiante de ingeniería, participa desde que tenía 17 y luego pasó a colaborar en la organización. "Esta ya es mi última Pascua", dijo, porque hasta los 22 años se puede integrar el equipo organizador. Ese equipo juvenil -coordinado por el padre Francisco Peña, con otro sacerdote y dos religiosas- se reúne desde septiembre para preparar los temas. Luciana González, de 22, también colabora por última vez. Vino por primera vez a los 16, cuando estudiaba en un colegio del Estado, el Comercial San Isidro.
Los jóvenes escucharon testimonios de vida. Gonzalo Mañá, de 17, dijo que su mamá contó cómo estuvo presente Dios en cada momento de su vida. Un muchacho ciego, de Virreyes, que había sido delincuente, contó cómo a raíz de su ceguera, se convirtió y empezó "a ver la verdad", pero deseó a los chicos que no tuvieran que pasar por algo tan fuerte para ver a Dios.
"Acá se ven cosas que marcan a las personas", dijo Juan Pedro Vera, de 19, estudiante en el ITBA. "Cuando vine, sabía que iba a vivir una Pascua diferente. Nada de lo que pasa acá es mágico; todo nace del encuentro con Jesús", apuntó Nacho Guadagnini, de 21.

El don del amor
Ayer, monseñor Casaretto dio una charla a los jóvenes, que lo escucharon muy atentos, sentados en el suelo. Les dijo que el cristianismo no es una religión inventada por los curas, sino revelada por Jesucristo, Dios y hombre, que al encarnarse "se hace uno de nosotros".
Afirmó que no se puede vivir sin algunas certezas fundamentales en la vida. Al final contestó preguntas, sobre el trato con otros jóvenes, el alcohol, la droga, el sexo. Habló de éste como un gran don para manifestar la plenitud de amor en la entrega total en el matrimonio (no antes de asumir ese compromiso a fondo) y para procrear. Y también habló de las adicciones y, por su experiencia como confesor, de los problemas que genera el alcohol en las familias.
Interrogado sobre el aborto, dijo que es matar a una persona ya engendrada en el vientre de su madre. Animó a todos a exaltar y amar la vida. Al final, todos cantaron con ganas: "Amar, amar, morir por los demás; y así, vivir, y no volver atrás."
Por Jorge Rouillon De la Redacción de LA NACION

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